El compás de espera improductivo en la era del autoconfinamiento

Columna originalmente publicada por el periódico El Financiero 04 de mayo de 2020.

En el mundo del autoconfinamiento, hay colaboradores en diferentes empresas que atienden la videoconferencia semanal con su jefe con la única expectativa silenciosa de que les diga que la empresa está lista para regresar a la ‘vida normal’; y –peor aún– quien llama a un cliente con el deseo de que espontáneamente le informe que está listo para retomar los proyectos habituales.

En su fuero interno, esas personas saben que el mundo enfrenta retos sanitarios complejos y una crisis económica de profundas repercusiones. En su fuero externo, sin embargo, su pasividad es manifiesta y su falta de productividad notoria. Están en compás de espera.

En su definición más simple, esperar es permanecer en un lugar (físico o mental) al que se cree o se sabe que ha de llegar una persona o ha de ocurrir una cosa. Fundado o no, es aguardar a que algo ocurra. Esperar, por definición, es un acto pasivo por excelencia.

¿Cómo identificar a aquellos funcionarios, directivos, vendedores u operadores que resultan ejemplo palpable de quienes sólo están en compás de espera? Aquí tres indicadores para la posible identificación:

1) Son los protagonistas del silencio circunstancial.- No se sabe de ellos hasta que uno explícitamente los busca. No se observan conectados con la dinámica de soluciones y sí es fácil percibirlos alejados de lo prioritario. Quizá hacen cosas y quizá muy necesarias en otros contextos. Pero dentro de la crisis que muchas organizaciones enfrentan, son sujetos guardados y fundamentalmente reactivos.

2) Su falta de resultados se lo atribuyen a la circunstancia.- Proyectan estar en mínimos de aportación. Hacen actividades diversas, pero no resuelven, no venden, no estudian nuevos datos, no construyen nuevas posibilidades.

Cierto. Son contados los que pueden afirmar que dar resultados óptimos hoy es un día en el parque, pero –en tanto unos siempre pretextan el entorno para justificar la ausencia de contribución– otros permiten ver que se mueren en la raya por producir resultados constructivos mínimos.

3) En semanas de contingencia no han aportado una sola idea viable.- Aunque verbalicen que es momento de cambiar o de renovar, a la hora de las conversaciones sensible o de los momentos en que subyace el embrollo del contexto, no contribuyen con una sola idea de mérito. Algo que se advierta preanalizado o con posibilidades de ser instrumentado.

Y no tiene que ser la idea del erudito siempre, pero un planteamiento que se advierta viable en la muy compleja ensalada de limitaciones en los márgenes de maniobra de la organización. Algo que –por lo menos– pretenda producir ingresos de corto plazo o reducir costos relevantes.

En público y en privado, tiros y troyanos debaten cuándo se podrá retomar lo que conocían como su actividad regular y evalúan proactivamente qué tienen o tendrán que hacer diferente para responder a la nueva complejidad postCOVID19.

Y si bien es usual que se tengan más preguntas que respuestas, es importante subrayar que hoy hacen daño los colaboradores que viven en un compás de espera corporativo. El exceso de calma, la confusión de la prudencia con la autocontención improductiva o la paciencia infructífera son tan inapropiadas como incorrectas en un escenario de crisis.

Y es que profilaxis contra la pérdida de competitividad no es la pasividad, el aguardo o la expectación, sino el cómo actuamos proactivamente ante la necesidad productiva en la incertidumbre.