El Home-Schooling obligado: de la crisis a la modificación del valor percibido.

Columna originalmente publicada por el periódico El Financiero 27 de julio de 2020.

Fue la consecuencia natural del confinamiento. Una decisión racional ante la necesidad de contribuir al distanciamiento social. La incuestionada suspensión de clases en marzo 2020 la detonó la prevención privada y la prudencia oficial.

Pero no pasaron muchas semanas para evidenciar dos realidades: la primera, que prácticamente ninguna institución educativa estaba preparada para continuar sus programas educativos en línea y sin afectaciones evidentes a su estándar de calidad; y segundo, que los hogares no estaban preparados para que niños y jóvenes estudiaran ahí todo el día, en un espacio óptimo, concentrados, tutelados y sin limitaciones de dispositivos o de conectividad.

No obstante, el ‘modo crisis’ imperó. Los estudiantes asimilaron el cambio tan inmediato como brusco. Padres y tutores se convirtieron en asistentes escolares y áreas de soporte tecnológico. Y las instituciones educativas –como pudieron– procuraron que sus alumnos continuaran lo continuable y estudiaran lo estudiable. Esa etapa ya terminó.

El deterioro de la pandemia y la imposibilidad de que alumnos y maestros regresen a la interacción física habitual en los inmuebles escolares, arrojan nuevas preguntas a nuevos desafíos en el mundo educativo privado:

  • ¿Cómo asegurar que la calidad académica prometida no se deteriore? – Es cuestionable asumir que un modelo de video-conferencias programadas, con algunos exámenes en línea, ofrecen equivalencia académica a la interacción multipedagógica en un aula óptima para cada materia.

Si los programas no se rediseñan estructuralmente para vivir en digital, con interacciones complejas y experiencias multiplataformas, alumnos y padres de familia no tardarán en contabilizar lo mucho que se estará reduciendo el estándar escolar ofertado.

  • ¿Cómo evitar que las capacidades del profesorado no se opaquen ante sus limitaciones digitales? – Hace unas semanas, en una de las instituciones de postgrado más prestigiadas del país, observé a un profesor de altas credenciales impartir una sesión de 45 minutos, sentado en un privado, con la mitad de su rostro fuera de foco, en un solo volumen de voz y sin material de apoyo. De espanto.

Una computadora con cámara no convierte a un académico comprometido en un expositor cautivador en digital. Un aula con tecnología de primer mundo (si se dispone de ella), no convierte una sesión a distancia en una experiencia académica superior si el titular de la clase no sabe maximizar esos recursos para producir una experiencia dinámica y atractiva.

  • ¿Vale igual un servicio educativo on-line que un servicio educativo presencial? Hasta antes del COVID-19 la respuesta era ‘No’. Los contenidos académicos en línea, aun los más sofisticados, eran notoriamente menos costosos que los servicios educativos impartidos en un campus. Su estructura de costos era diferente, se presumía.

Ahora piense en la secundaria o universidad privada de su elección. Sus alumnos tomarán clases a distancia indefinidamente. Sin hacer uso de aulas físicas, de laboratorios, de instalaciones deportivas y demás servicios accesorios. ¿En qué porcentaje debe reducirse el precio?

Testificamos una disrupción en el mundo educativo privado. Los modelos académicos presenciales tradicionales no se pueden extrapolar de manera simplista a un zoom, como la experiencia académica integral no se puede circunscribir a la socialización por chat.

Como muchas otras industrias, escuelas y universidades estarán forzadas a evolucionar, a digitalizarse 360°, a replantear sus modelos de operación y, por supuesto, a revisar su estructura de costos.

Y es que el home-schooling no es un fenómeno temporal, es una modificación de hábitos educativo-digitales que cambia la apreciación de valor de todo en el sector educativo global.