3 reflexiones sobre la cautela para invertir entre muchos empresarios

Columna originalmente publicada por el periódico El Financiero 04 de noviembre de 2019

Sólo hay una cosa peor que decidir una inversión en determinado plazo, sobreponiendo la incertidumbre que provocan los riesgos intrínsecos de cualquier negocio y confiando que obtendrás retorno y beneficios; y esto es decidir una inversión en determinado plazo, sobreponiendo la incertidumbre que provocan los riesgos intrínsecos de cualquier negocio, pero con temor (fundado o no) a no ver retorno o beneficios jamás.

Por paradójico que suene, en ambos casos las inversiones pueden fluir. Todo está en función –entre otras cosas– de la relación riesgo-beneficio que cada inversionista esté dispuesto a enfrentar, del tamaño de su capital, de su grado de diversificación, de las opciones que tenga a la mano, de su costo de oportunidad y, en gran medida, de su perspectiva del entorno general de inversiones en la jurisdicción e industria en la que está evaluando invertir o reinvertirse.

En la definición más simple una inversión es la decisión de dedicar recursos (dinero, tiempo y esfuerzo) a cierta actividad productiva, con el objetivo de obtener beneficios de diverso tipo (utilidades, sinergias e influencia de mercado) en una unidad de tiempo.

En un entorno en el que los empresarios están siendo particularmente mesurados en sus decisiones, conviene reflexionar sobre 3 aspectos que influyen en su toma de decisiones:

1) Todo exceso de ruido eleva la cautela.- Cuando la información que emite un país, sus reguladores o los diversos actores que integran una cadena de valor es amenazante, desarticulada o, por lo menos, confusa, la reacción natural de decisores al interior de la empresa es elevar tanto el cuidado de las inversiones existentes, como la reserva con las inversiones subsecuentes. El ruido no mata las inversiones, pero sí las contiene de forma directamente proporcional al grado de desconcierto que provoque.

2) El cambio brusco de reglas produce nuevos riesgos.- La normatividad no sólo es un conjunto de reglas en las que se opera un negocio, sino es también un acomodo específico de riesgos entre los distintos actores de una economía o un sector. Cuando las normas son cambiadas con difusión previa o consenso, los actores de cada industria tienen oportunidad de reconfigurar o mitigar sus riesgos.

No obstante, cuando el cambio de reglas es unilateral o caprichoso obliga a hacer una revisión meticulosa de todos los riesgos asociados a las inversiones existentes y las que se tiene la intención de realizar. En tanto esa nueva realidad se digiere, se evalúa y se gestiona, lo natural es que las inversiones nuevas se detengan un plazo perentorio.

3) Un entorno anti-empresarial invita a la recomposición de portafolios.- Cuando en la economía en su conjunto o en sectores determinados el diseño de política pública o el lenguaje de una administración se concluye anti sector privado, los inversionistas inician un cambio en su exposición a esa jurisdicción o a esos sectores específicos.

Sea de manera brusca o progresiva, ese rebalanceo de inversiones implica una salida anticipada de inversiones (total o parcial), suele provocar el freno de nuevos capitales en esos espacios de la economía y limita el flujo de inversiones a lo que se llama capital sostenible que sólo tiene como objetivo mantener las estructuras operativas en las que ya se está invertido.

El veneno para las inversiones no es la elevación del riesgo o su existencia misma, sino la imposibilidad para visualizar y mitigar los riesgos presentes y futuros en una empresa, industria o economía. El riesgo es parte inherente de cualquier inversión, pero no todo nivel riesgo es cómodo para todos los inversionistas.

Es un reduccionismo discursivo concluir que los inversionistas son adversos al riesgo o a la incertidumbre. Y es que hacer negocios, en el fondo, es convertir la incertidumbre en posibilidad y el cambio continuo en progreso constante.