En defensa de la ambición

En defensa de la ambición

Columna originalmente publicada por el periódico El Financiero 20-05-19

Lo confieso. Tengo un intenso rechazo por el conformismo en el ser humano.

Cuando la vida me cruza con alguien sin ánimo de lucha o con una actitud de aceptación desinteresada de hechos o circunstancias negativas que pueden o deben ser cambiadas con una adecuada intervención, no puedo evitar cuestionar qué nutre esa ausencia de ambición.

En su definición más simple, la ambición es el deseo intenso y sostenido de conseguir cosas difíciles de lograr. Es una condición inherente al ser humano que lo motiva a lograr un estado mejor de algo.

La ambición no es buena, ni mala por sí misma. Lo que la califica son los motivos. Y bien vale defender algunas buenas razones para nutrir la ambición de muchos:

1) La ambición obliga a la entrega absoluta

Sí, en ocasiones ambicionar puede resultar desmedido u obcecado, pero siempre requiere una dedicación enfocada, persistente e insistente para que no se agote en las primeras confrontaciones con la terca realidad. Es casi imposible no advertir cierta dosis de obstinación en los individuos que podemos identificar con la palabra ‘éxito’ en distintas disciplinas.

2) La ambición obliga al trabajo talentoso

Si bien para algunos el motivador puede ser poder, fama o reconocimiento, resulta difícil destacar o sobresalir en una determinada profesión, puesto o actividad desempeñada sin una enorme dosis de trabajo asertivo y de decisiones oportunas e inteligentes (o por lo menos astutas).

3) Ambición no es sinónimo de codicia

El ser humano puede y debe aspirar a una mejor condición personal, social, política o patrimonial (incluido el crecimiento honorable de sus riquezas y bienes materiales), sin que esa aspiración se convierta en un apetito ansioso, destructivo e inmoral.

Si en cualquier sector una persona emplea –con un deseo intenso y sostenido– todo su esfuerzo, sus ganas, su inteligencia y sus recursos (relacionales y monetarios) para abrirse camino, avanzar, desarrollarse y de cierta forma contribuir al bien común, estamos ante algo positivo.
Pero no soy ingenuo. Estar frente a alguien con una notoria ambición en algo nos puede parecer incomprensible o arrogante y nos puede llegar a molestar su intensidad. Descalificarlo por ambicioso, sin embargo, no construye valor social y sí alimenta una cultura de resignación.

La ambición es el deseo intenso y sostenido de conseguir cosas difíciles de lograr. Es una condición inherente al ser humano”

“Estar frente a alguien con una notoria ambición en algo nos puede parecer incomprensible o arrogante

Una legítima ambición resulta el motor cotidiano e incesante para muchos que deciden no asumir que lo que son, hacen
 o tienen hoy determina lo que pueden llegar a ser, hacer o tener el día de mañana. El único límite debe ser no transgredir las normas y, en su caso, su propia moralidad.

En el deseo de contener la ambición desbordada, no caigamos en la tentación de sólo alimentar deseos momentáneos que no van acompañados de dedicación o esperanzas de un futuro que nadie ambiciona construir.

Y es que tratándose de la ambición, lo importante no es que sea o qué tan intensa sea, sino que no resulte enajenante.