Nada más vulnerable y temporal que la competitividad empresarial

Columna originalmente publicada por el periódico El Financiero 20 de enero de 2020

No existe la competitividad universal. Y menos indefinida.

A nivel país, industria o empresa la competitividad es resultado de la gestión habilidosa de las estructuras de producción en un entorno específico de políticas e instituciones.

En su definición más simple, competitividad es la capacidad para competir exitosamente y de forma sostenida, en uno o varios mercados, en una o varias jurisdicciones, con uno o múltiples productos y servicios. Puede o no estar alimentada por la rivalidad, pero siempre es influenciada por restricciones y legislación.

El que un negocio alcance y mantenga un nivel competitivo es multifactorial; pero, ¿qué lo mantiene competitivo con respecto a otros ofertantes en el mismo entorno? Aquí tres elementos para la reflexión:

1) Todo parte de la capacidad instalada disponible real.- Y es que aunque siempre se puede argumentar el potencial (teórico o real) de un país o empresa, toda entidad productiva tiene un volumen máximo de producción posible en un determinado tiempo.

Nadie tiene capacidad o recursos ilimitados para mantenerse eternamente competitivo en algo. Interferencias, restricciones y desviaciones de diversa índole tenderán a minar la competitividad de todo negocio en distintos momentos de su vida operativa.

2) Todos aprovechan sus respectivas ventajas.- De las que dispongan y como las tengan.

Sean ventajas competitivas (características que te colocan en una posición relativa superior); comparativas (posibilidad de producir con menos recursos relativos que otro); situacionales (condición circunstancial que te ofrece una ventaja temporal); o legales (reglas benéficas con respecto a otros jugadores), cada actor de mercado apalancará su competitividad en aquello que la realidad le ofrezca, por el tiempo en que esa disposición de factores se lo permita.

3) Todos anhelan ganar el total de su mercado.- Toda entidad productiva aspira a hacer mejor las cosas que su competencia y, aunque pocas veces se logra, procura ser el protagonista primario de su industria y quien pueda influir en condiciones estándares de entrega o servicio, precios, márgenes u otras condiciones comerciales que lo diferencien en positivo o que, por lo menos, alejen temporalmente a sus competidores.

Las tácticas y estrategias para construir y conservar la competitividad empresarial son tan amplias, como variadas.

Sea por diferenciación relevante, por apuntalamiento tecnológico, por control de costos, por capacidad inventiva, por flexibilidad de producción, por manejo de volúmenes específicos, por eficiencia logística, por capacidad de financiamiento, por garantías ofrecidas y más, la competitividad implica calibrar todos los elementos que configuran tu oferta de valor.

Eres competitivo para algo como resultado de cierto diseño institucional y de las decisiones tomadas en contextos específicos.

La competitividad es un efecto y –en la eterna competencia de países, regiones y empresas– es, por definición, vulnerable y temporal.